Se trata de una perogrullada tan enorme que,
ineludiblemente, alguna capciosidad habrá de ocultar. Porque, ¿qué es lo que
nos dice, por las buenas, el refrán? Que no nos preocupemos, que dejemos que
las cosas sigan su curso natural. Que no podemos ni debemos siquiera intentar
forzar las cosas. Tiempo al tiempo. Si es así, bienvenido. Desde tal punto de
vista estamos casi ante un adagio zen, ante un verdaderamente sabio aforismo
que predica la no-acción taoísta. Es como mínimo una fórmula anti-stress, una
receta preventiva de las afecciones al corazón.
Pero,
ay, no es normal oírlo declamar con esa intención. Es más bien desde una actitud
de desidia como se le suele espetar al que pone interés en algo, al que se
apasiona y se afana en alcanzar cualquier objetivo que considere importante. Porque,
como arma arrojadiza de veterano, es la máxima preferida de los pancistas para
pararle los pies a cualquier ilusionado advenedizo que pretenda romper el ritmo
(o la arritmia) imperante. ¿Dónde está la línea que nos hace distinguir entre
la virtualidad del consejero experto y la invitación a la indolencia del
consejero resabiado? Ese discernimiento nos tememos que solo lo puede llevar a
cabo (con el tiempo y a base de sufrir no pequeñas decepciones) cada uno por sí
mismo. Porque el refrán, ya lo vemos, es tan ambiguo que para todo sirve. Como
también, por supuesto, para el perezoso que lo deja todo para mañana
invariablemente.
En castellano antiguo se expresaba así:
Por
mucho madrugar, no amanece más aína. (aína = pronto)
Francisco Delicado. “La Lozana
Andaluza”, 1528
Por
otra parte, hay que decir que tenemos otro famoso refrán perfectamente
antagónico a éste: A quien madruga, Dios le ayuda, que constituye de
forma natural su propio antirrefrán. Diríase incluso que ha sido compuesto
expresamente como una réplica al primero. Pero vamos a embrollar aún más las
cosas, dado que en el Lazarillo de Tormes, año 1620, nos hemos topado también
con éste otro: Más vale a quien Dios ayuda, que no quien mucho madruga.
Es
evidente que esto de la ayuda de Dios es algo muy solicitado, y muy reñido, y
que sobre la bondad de los madrugones hay dos posiciones enfrentadas. ¿Por qué
no admitir, tirando por el camino de en medio, que siempre los seres humanos se
han dividido en dos[1]:
los matutinos y los noctámbulos, igualmente respetables, y que, en este asunto,
son los biorritmos personales los que mandan? Por supuesto que esta división se
puede aplicar, metafóricamente, a dos formas y estilos (como mínimo) de
enfrentarse a los problemas. Y también ambas razonables.
Aunque
en cuanto a tempraneros también haya categorías:
Y si [el pecador] madruga mucho la mañana, madruga
Dios más para usar de su liberalidad y largueza.
Fray Alonso de Cabrera. “De las
consideraciones sobre todos los evangelios de la Cuaresma”, 1598
Luego, los chascarrillos y los tópicos. Para entender lo que
sigue, no debemos olvidar que durante mucho tiempo el oficio de sastre fue
objeto de todo tipo de befas. ¡Ahora, con lo de la Alta Costura, cualquiera se
mete con ellos!
Quien
madruga Dios le ayuda, si lleva buena intençión, mas quien madruga a ser sastre,
¡cómo le ha de ayudar Dios!
Anónimo. “Corpus de la lírica
popular hispánica”, 1500-1700
Por
último, una canción.
Tengo un
novio carretero, pero es la mar de atrevido
que
pretende muchas cosas antes de ser mi marido.
He
tenido muchas veces que llamarle la atención
porque
es muy largo de mano y es más largo de intención.
No me
quieras tan de prisa, carretero para el carro,
no por mucho madrugar amanece mas temprano.
Martínez Abades. “No por mucho madrugar
(Música asturiana para voz y piano)”, 1918
Desde
esta visión de cortarle las alas al “tempranero”, el No por mucho
madrugar... puede tomarse como negativo y el Al que madruga..., como
positivo. Además de que, ya solo en cuanto a su estructura semántica, uno
restringe, prohíbe, niega, y el otro impulsa, permite, afirma. Pero es
preferible no decantarse por ninguno de los dos, ya que el que madruga también
puede ser un neurasténico obsesionado con sus problemas, incapaz de darle
tiempo al tiempo, un permanente agobiado y dominado por su desmedido realismo.
Y naturalmente, ferviente proselitista del gallináceo consejo A las diez en
la cama estés.
En
todo caso, al acostarse conviene olvidarse de cuitas, como sugiere este
interesante (y a veces imposible de seguir) refrán: ¿Qué mejor almohada que
no saber de mañana?
Pondremos como antirrefrán, por tanto, una
imagen un tanto surrealista:
Antirrefrán: “Al
que madruga Dios le ayuda sin piedra ni palo”
(Fotografía: Ara Solis, de Luis González Palma)
[1]
Además de, por un lado, los que afirman que los seres humanos se dividen en dos
y, por otro, los que no lo hacemos ;-)
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