Éste
es sencillamente el refrán que utilizamos todos para dar crédito a las
habladurías. El aserto es, como tantas veces, una auténtica sandez:
cualquier cosa que suene —excepto los aparatos de radio, los televisores y los
altavoces, en cuyo interior todos sabemos que no hay orquestas ni locutores,
aunque sean japoneses y muy pequeñitos— es que algo tiene dentro.
La
fuerza de la frase, y la fácil asociación mental que se establece entre ella y
las supuestas vicisitudes de la persona a la que se trata de despellejar —léase
chismes y murmuraciones acerca de su vida— proviene de la utilización del
poderoso y ancestral símbolo del río. “Descendiendo de las montañas,
serpenteando a través de los valles, perdiéndose en los lagos o en los mares,
el río simboliza la existencia humana y su flujo, con la sucesión de los
deseos, de los sentimientos, de las intenciones y la variedad de sus
innumerables rodeos.”[1] El río, también en esta
máxima, representa la complejidad de los vericuetos existenciales de una
persona y así, con vida propia, como metáfora de una biografía, es como la
utilizamos arquetípicamente. Está en la balanza, por ejemplo, la buena
reputación de un individuo, pero aunque no hemos visto el río de su vida, es
decir no hemos verificado (quizás porque sea del todo imposible) las posibles
calumnias que la acusan, oímos el “rumor” de la corriente (porque probablemente
ni siquiera es la corriente, sino las voces que dicen que la han oído, o sea,
los rumores) y asumimos que va cargadito de agua, es decir, de fraudes,
debilidades, artimañas... Y, por si fuera poco, nos olvidamos de que también
alguien mucho más sabio ya había anulado cualquier posible apoyo a este refrán
con la necesaria anticipación al decir: “No se sabría entrar dos veces en el
mismo río.” (Platón. “Cratilo”, 402a)
En realidad, el
refrán nos exime de ser justos y rigurosos en la valoración de las personas:
basta con que existan rumores acerca de ellas para que nos sintamos en el
derecho de dar crédito a las sospechas. Es perfectamente complementario con ese
tremendo axioma político que dice: “Calumnia, que algo queda.”
Aún más potente y eficazmente maliciosa es la versión que
nos parece más antigua: Cuando el río suena, piedras lleva. La piedra es
el obstáculo, la impureza, la pesada carga de errores que el río arrastra en su
impetuosidad. Y, bueno... no resulta tan simplón como el otro. A no ser que una
versión sea de secano y la otra se utilice más en el norte y en las montañas,
allá donde los ríos siempre llevan agua.
Antirrefrán:
“Cuando el río suena el agua es buena ”
[1]
“Diccionario de los Símbolos”. Obra citada.
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