Puede que sí o puede que no. Pero, desde luego, como
principio que afirma que una vez eliminado el origen del problema se acabaron
sus efectos, con lo que por fin podemos tranquilamente desentendernos,
resulta un verdadero fiasco. En realidad se puede decir que tal afirmación
niega ni más ni menos que el fundamento básico de toda una ciencia (o arte)
llamada Psicología. Y supongo que leyes axiomáticas de muchas otras, como por
ejemplo la Economía, o la Física. No hay más que evocar el largo efecto
demoledor de una crisis bursátil o la simple imagen de una piedra provocando
infinitas ondas en un lago.
Y
en la Medicina (que parece más ligada a este proverbio que ninguna otra
ciencia, junto con la Criminología), o por lo menos en la Medicina de nuevo
cuño, se sabe que no basta con que haya desaparecido el síntoma. Normalmente,
si la cura no ha sido globalizada e integradora, la enfermedad avanza por
nuevos y ocultos caminos.
Lo
que ocurre con los refranes es que están ahí para las ocasiones. De un signo y
del contrario. Y en realidad suelen ser buenos deseos (o, como estamos viendo,
más bien malos) que uno, al citarlos, anhela que se cumplan tal y como ha
dejado dicho el “saber popular”. Una especie de apoyo moral sumamente engañoso.
Una búsqueda de complicidad social. Que, en este caso, se reafirma en este otro
refrán, esencialmente justificador de cualquier crueldad: Con rabia, el
perro muerde a su dueño. Así, con tal refuerzo mental, resulta bien fácil
para nuestra conciencia acabar con el supuesto mal social. Y luego rematar
limpiamente la faena: Al perro muerto échale del huerto.
Y
sin embargo, a pesar de la fuerza que posee la imagen de un perro rabioso
suelto, a pesar de lo aparentemente necesaria que resulta su muerte para el bien
de todos (una muerte ardua, costosa, arriesgada), en una palabra, a pesar de lo
demagógico que es el refrán, hemos hallado buen número de ejemplos de rechazo:
La nobleza vetustense opinó que muerto el perro no
se acabase la rabia; que la muerte providencial de la modista no era motivo
suficiente para hacer las paces con el infame don Carlos...
Clarín (Leopoldo Alas).
“La Regenta”, 1884-1885
Sólo La Voz de la Justicia se atrevió a
remover viejas inquinas y encabezó un violento artículo con este titular: El
perro ha muerto, pero la rabia continúa.
Eduardo Mendoza. “La verdad sobre el
caso Savolta”, 1975
En 1966
murió André Breton. Buñuel fue al entierro y lloró. Aleixandre le dedicó un
poema, A la muerte de Breton. Para los que siempre habían deseado la
desaparición del movimiento, ésta fue la oportunidad de cantar victoria. Una
vez más, se equivocaron. El dicho de muerto el perro, muerta la rabia no
es válido para el caso de un creador e inspirador de pensamiento intelectual.
Francisco Aranda. “El surrealismo español”, 1981
Y utilizábamos las palabras demagogia y complicidad
para definir este refrán porque todos sabemos que es fácil adjudicar epítetos
globalmente descalificadores cuando nos conviene personalmente.
En
diciendo que rabia el perro, ha de rabiar, aunque sea por naturaleza
saludador, y traiga carta de examen.
Cosme Gómez de Tejada. “León
prodigioso”, 1636
Aquí
nos viene al pelo (¡también nosotros caemos en la tentación!) apoyarnos en este
otro refrán: La necesidad tiene cara de perro. Pero es que éste, más que
refrán, parece poética greguería.
Antirrefrán: “Muerto el perro, ¿dónde está la rabia?”
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