Cada uno en su casa y Dios en la de todos



El refranero recela de la tendencia universal del hombre a establecer lazos comunitarios. No es de extrañar, pues el asociacionismo es uno de los más peligrosos enemigos del poder y del modus vivendi de la ideología conservadora. El antiliberalismo continuamente está enviándonos recados de alerta contra la solidaridad, la confianza en los demás, el apoyo de la colectividad... Obra común, obra de ningún, dice un significativo refrán para desprestigiar todo intento de llevar a cabo cualquier actividad compartida. Gafe lanzado contra un grupo de entusiastas del trabajo en equipo y que a duras penas oculta el ansia de que, acto seguido, unas contundentes fuerzas armadas ordenen sin más el famoso “¡Dispérsense!”, con o sin megáfono.
Cada uno en su casa y Dios en la de todos es, junto con el también famosísimo Cada mochuelo a su olivo, un manifiesto contra la fraternidad, ese tercer ideal de la Revolución escrito en el preámbulo de la Constitución Francesa en el verano de 1789, junto con el de Libertad y el de Igualdad. Tal vez el más importante y el más postergado de los tres, por cierto. Así le fue a la Revolución Francesa.
A la moral reaccionaria le interesa sobremanera promover el individualismo y el pesimismo acerca de la posibilidad de establecer planes en común con el vecino. Ni siquiera se acerca a la famosa triada institucional tardofranquista “Familia, Municipio y Sindicato”, a pesar de la “verticalidad” con que fueron diseñados todos sus elementos. Además del insuperable Mi casa, mi mesa y mi mujer, todo mi mundo es, al que por sus connotaciones machistas dedicaremos un análisis exclusivo más adelante, podríamos aportar muchos más ejemplos. Éstos son solo algunos:
Cada oveja con su pareja.
Perro solo bien se lame.
Cada palo aguante su vela.
Cada perro con su hueso.
Cada quien con su cada cual. (Fr.: Chacun avec sa chacune)
Cada pez en su agua.
Como ven ustedes, seguimos con los símiles con los animalitos.
La dureza de ese aislamiento personal, de esa carencia de comunicación, se expresa con toda su contundencia en las palabras de este personaje:
—Y dos años yo que no veo a nadie de mi familia, pero maldita la falta que me hace. Cada palo que aguante su vela, chico. Tampoco ellos te quieren tanto como dicen.
Carmen Martín Gaite. “Fragmentos de interior”, 1976

Y, hablando de política, en este curioso ejemplo de la época de consolidación de las Comunidades Autónomas:
Cada uno en su casa y Dios en la de todos, se oye. Y todos tan contentos. Y todos tan hundidos. Tan destruidos. Tan desnaturalizados. Tan alienados.
Cayetano Moisés. “Autonomías, ocio, educación y cultura”, 1980

Antirrefrán: “Cada casa es la de todos y Dios el de cada uno”


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