Mi casa, mi mesa y mi mujer, todo mi mundo es



Uno puede perfectamente imaginarse al gañán que afirma tal cosa. Cerrado al mundo, machista, posesivo... Un verdadero “mirlo blanco” para una mujer actual. Sé que este refrán podría perfectamente estar incluido en la lista de los “recalcitrantes” y que tal vez no merecería la pena dedicar ni un minuto a analizar su real contenido, por aparentemente evidente. También sé que no es de los más conocidos. Pero creo que es el perfecto retrato de una filosofía vital que no ha desaparecido del todo, ni mucho menos, y que está mucho más representada en el refranero de lo que imaginamos. En realidad, a mi parecer, se trata de la triste pero firme declaración de principios que está en la base de la caracterología del ‘maltratador de género’ (desafortunada expresión ministerial y ya periodística para designar al hombre que agrede a una mujer), de tan lúgubre actualidad.
Y, aunque solo sea por eso, conviene repasarla.
No tiene ningún rigor dar por sentado que el machismo sea inequívoco signo de antimodernidad, de vetustez. No creo que ésa sea la clave, puesto que la lucha de la mujer por la igualdad ha producido grandes logros en épocas lejanas. Por ejemplo en la República, aunque no llegase a calar en toda la sociedad. El problema en esta España nuestra es que hemos estado sumergidos en un tenebroso casi medio siglo que ha frenado y disuelto todo avance educativo y especialmente el de la emancipación femenina. A veces olvidamos que hubo una filosofía militarista autoritaria y chusquera que se instaló a machamartillo en la sociedad durante demasiado tiempo, reafirmando un ya rancio, eso sí,  modo de entender la vida, y que ahora persiste en los cauces subterráneos de esta pretendida sociedad del bienestar. No es oro todo lo que reluce, iba a decir (¡amparándome cómodamente también yo en un refrán!) El hecho incontestable es que, a pesar de que no están de moda, casi de modo escondido, aun quedan muchas cabezas atiborradas de actitudes perfectamente compatibles con el espíritu del refrán que nos ocupa. ¿Dinosaurios supervivientes que se resisten a los cambios y que, de repente, nos muestran violentamente sus auténticos rasgos? Puede ser. De cualquier forma, los casos que hacen crisis y que aparecen en los telediarios son solo la punta de un inmenso iceberg de individuos que, con su mismo modo de pensar, no provocan tanto escándalo social.
En todo caso, merece la pena intentar comprender cual es su visión del mundo, por muy trasnochada y brutal que nos parezca. ¿Que componentes encontramos?: Mi casa, mi mesa, mi mujer. La famosa propiedad privada, en primer lugar. ¿Y en qué secuencia de prioridades?: Mis dominios bien acotados (fortaleza, torre, castillo...) - mi orden interno (ella me alimenta en mi mesa) - mi propiedad sexual exclusiva (mi súbdita). Y no tiene sentido, en esta secuencia, una casa sin mesa puesta y sin mujer que la haya puesto. Tres elementos, solo tres, pero que, como sucede con las patas de un trípode, ninguno puede faltar. Después, la reducción del horizonte vital a esa severa parquedad. Y por último, la rigidez, el tono de convicción con que se afirma. No olvidemos que se está hablando ni más ni menos que de los componentes básicos (y en teoría únicos) que definen la felicidad para ese tipo de personas. Casa – comida – sexo. ¿Una espeluznantemente primitiva tríada acoplable de modo patriarcal a la también trinitaria y popular idea de felicidad como dinero – salud – amor?
Suena, sin embargo, como dije, a declaración de principios fundamentales. Y las declaraciones de principios se hacen de cara a los demás. Son, en realidad, reales ordenanzas, preceptos formales dictados unilateralmente para que sean rigurosamente observados precisamente por el sujeto receptor de dicha norma moral. O sea, por la esposa y a menudo también por los hijos. Luego, todos sabemos que, de puertas para fuera, off the record, uno hace un sayo de su capa. Lo importante son las apariencias. A veces, lo mortalmente importante. Porque lo que aquí se juega es esa dignidad chusquera que soterradamente aún pervive.

Antirrefrán: “Mi casa, mi mesa y mi mujer, mi búnker es”


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