Estamos
ante uno de los refranes más conocidos, más representativos y más estúpidos de
todo el repertorio universal. Es un clásico de ayer, de hoy y —esperemos— de
nunca más. Sirve de modelo del más extendido rasgo de humana mezquindad.
Bien es cierto que en la actualidad el dicho no pasa por sus
mejores momentos de aceptación. Puede que esté desvalorizado porque además de
que, afortunadamente, nuestra mentalidad va cambiando y cada vez resulta más
difícil apoyar el mensaje que contiene, vivimos épocas más prosperas, con más
escrúpulos y con menos hambruna, y los pajaritos fritos no son el bocado
exquisito de antes. Incluso está prohibida su venta en bares y restaurantes. No
puede estar bien visto el sabio protagonista del refrán ahora que impera este
extraño ecologismo hipócrita y ternurista que protege especies que no están en
peligro de extinción y deja textualmente con el culo al aire a especímenes
humanos a punto de extinguirse de inanición.
La imagen que sugiere es la de un “listillo” que aferra en
su mano un pájaro mientras observa la majadería del iluso que manotea
torpemente seducido por la posibilidad de coger muchos más. Él ya tiene el suyo
y se conforma. Y es precisamente ese tozudo y prepotente conformismo el
que nos irrita más. Es, desde luego, un refrán contra la ambición, teniendo en
cuenta que, en realidad, la ambición jamás ha podido ser considerada como un
pecado en sentido estricto, sino más bien una especie de impulso de superación.
Pero la espartana moral carpetovetónica siempre la ha denostado. Tanto va el
cántaro a la fuente, Quien mucho abarca poco aprieta o La
avaricia rompe el saco apuntan en la misma dirección. Pero si bien todos
éstos proverbios podrían interpretarse como admoniciones contra la avaricia,
que sí es considerada desde todos las cánones morales como un “pecado capital”,
en realidad se suelen aplicar como reconvenciones al que busca más, al
inconformista que anhela llegar más lejos, al ser inquieto que se arriesga a
perderlo todo por conseguir más. Al que sueña con cualquier mínima utopía.
Naturalmente, los individuos así resultan incómodos y peligrosos para un
conservadurismo que alienta la docilidad y la resignación.
Porque, en realidad, uno nunca tiene nada. Y el que crea que
posee algo de modo permanente se equivoca. Simbólicamente, es la negación del
refrán lo que nos puede salvar de la obsesión por dar caza y atesorar lo que ha
nacido para ser libre, lo volátil de la vida.
El ser humano queda retratado aquí en toda su indignidad. La
imagen que nos transmite ¿ha podido, por todos los cielos, servir alguna vez de
modelo de conducta?: un hombre que, tras manotear ansiosamente en el aire,
protege con avaricia el producto de su rapiña y se ríe del estúpido compañero
al que su torpe codicia le ha dejado con las manos vacías? Como retrato
picaresco puede tener su gracia. Como ejemplo moral (que es lo que pretende)
resulta bochornoso.
Desde el punto de vista de la salud mental, las consecuencias de esta
miserable exhortación ética son aún mucho más perjudiciales. Les ahorraremos
razonamientos y sarcasmos, seguramente imaginados, resumiéndolos en esta
magistral cita:
¿No nos
atenemos más bien, como buenos Sanchos, a lo de «más vale pájaro en mano que
ciento volando»? ¿No olvidamos hoy y siempre que la esperanza crea lo que
la posesión mata?
Miguel de Unamuno. “Vida de don
Quijote y Sancho”, 1905-14
Por
cierto que en el Quijote de Cervantes, Sancho lo pronuncia, y varias veces, con
una variante que suponemos más antigua, pero también más incomprensible: Más
vale pájaro en mano que buitre volando. También lo recoge así, para
confirmárnoslo, el diccionario de Covarrubias (de 1611), donde, en la
voz ‘bueitre’ dice:
Proverbio
es trillado: «Más vale pájaro en mano que bueitre volando, y más vale un
toma que dos te daré» (...)
Y
Mateo Alemán en “Vida de Guzmán de Alfarache” (1604), una de las cumbres de la
novela picaresca, aún anterior, también lo cita de otra manera: Más vale
pájaro en mano que buey volando, lo que se concuerda mejor con el que ahora
usamos. Porque un buey volador puede ser algo deseado para un cazador
hambriento (a más de ser una metáfora de algo imposible), pero ¿un buitre? Sólo
lo concibo como amenaza. La amenaza del hambre.
Más vale cien pájaros volando que uno cazado (con algunas excepciones, claro)
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