Cría cuervos y te sacarán los ojos



Aquí tenemos otra sentencia premonitoria (está expresada en tiempo presente-futuro y con una rotundidez visionaria) que, no obstante, se cita siempre a posteriori de los hechos. Parece como si el damnificado que lo pronuncia se lamentase ante los dioses de la imposibilidad de retroceder en el tiempo y de no haber sabido escuchar en su momento las advertencias de este agorero refrán. Lo que no se dice es que está tirado ser profeta cuando ya ha pasado todo.
También se utiliza, no digo que no, como sospecha de lo que puede suceder, pero cuando ya hay barruntos (paranoides o no) de traición.
El refrán (opuesto al de haz bien y no mires a quién) nos viene a decir que elijamos muy bien a quién le entregamos nuestra generosidad y nuestro amor porque puede suceder que, una vez que el receptor de nuestros desvelos y atenciones haya crecido o medrado y ya no nos necesite (ya estén criados los cuervos), se vuelva en contra nuestra.
Por lo tanto, según el refrán, la culpa es del que sufre las consecuencias de la ingratitud, no del que la comete. Merece el castigo. Porque sabía que estaba alimentando a cuervos, pero se dejó llevar ciegamente por la ternura (éste es su pecado) y como resultado de tal falta de previsión ahora está ciego de veras (le han sacado los ojos).
¡Ay, sufridas madres (de todo género y matiz), que tan mal pago recibimos por nuestra amorosa e incondicional entrega! ¡Ingratitud y traición! ¿No será que no era tan incondicional y tan desprendida, puesto que se esperaba a cambio algo que luego no se recibió? Porque, en realidad, ¿acaso no es cierto que sólo pueden ser traicionados los pactos, los acuerdos? Pactos y acuerdos firmados, como su nombre indica, de manera voluntaria y consciente por ambas partes. Siempre la misma agonía de exigir del otro el correspondiente pago a nuestras atenciones, a veces incluso cuando ese otro (como sugiere el refrán, pues que son crías) ni siquiera las solicitó. Es el error más corriente del mundo considerar que la entrega y el amor establecen de por sí un compromiso tácito de contraprestación por parte del que lo recibe. En puridad, a tal cosa no se le puede llamar amor, sino inversión.
Se espera siempre demasiado del otro, sin más motivo que el de suponer que lo que damos ha de revertirnos con sustanciosos beneficios. Es la cultura mercantilista, que hasta en el terreno de lo emocional penetra. Y generamos sin darnos cuenta toneladas de expectativas permanentemente frustradas y que, por tanto, nos hacen permanentemente infelices. Hay veces que la amargura y la frustración culpa a generaciones enteras:

(...) cría cuervos, le decía papá a mamá cuando me reprendía, cría cuervos y te sacarán los ojos era el remate filosófico final de los discursos paternos sobre la juventud en general.
Luisa Futoransky. “De Pe a Pa (o de Pekín a París)”, 1986

Quizás estos personajes (¿y quién no?) tienen mucho que aprender acerca del amor y de la vida, y puede que en el propio refrán esté la clave simbólica del por qué de su castigo: “Los dioses ciegan o enloquecen a quienes quieren perder, o a veces salvar”, se ha dicho. Y también: “Tal vez la visión interior tiene por sanción o por condición renunciar a la visión de las cosas exteriores y fugitivas”.[1] O sea, renunciar a querer entender y por tanto a configurar el universo con tan simples y tristes leyes retributivas. Estamos hablando de búsqueda de la sabiduría, y de Edipo, de Tiresias, de Tobías, de Sansón..., mitos de la ceguera más clarividente como castigo del cielo. No olvidemos que, del otro lado, los cuervos, los encargados por el refrán de sacar los ojos, son animales que portan igualmente una importantísima simbología: son nefastos y agoreros, pero también símbolos del aislamiento voluntario y de la esperanza. Además resulta muy curioso que, contradictoriamente con nuestro refrán, en China y en Japón este pájaro sea símbolo de gratitud filial, por el hecho de que, en realidad, el cuervo alimenta a su padre y a su madre.[2]
Como maldición gitana es tremenda, y conserva la fuerza onírica y las ancestrales reminiscencias ya citadas, aquí avivadas por la cruda sonoridad del caló. Pero, afortunadamente, no tiene ya la pretenciosidad de las irrefutables máximas: es sólo la expresión de un odio tan descomunal que extrae su macabro deseo de lo más profundo del inconsciente colectivo. La traigo aquí tomada de “Jenofa Juncal”, drama de Alfonso Sastre, pero jamás con la pretensión de que el lector se la aprenda de memoria y la utilice contra nadie: ¡Sos panipenes currucós te mustiñen los sacais! (¡Que malos cuervos te saquen los ojos!)

Antirrefrán: “Cría cuervos y te sanarán los ojos”




[1]Chevalier/Gheerbrant. “Diccionario de los símbolos”, Barcelona, 1995.
[2] Ídem.

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