La letra con sangre entra



No hay que escurrirse demasiado las meninges para desmontar esta malhadada sentencia preconizadora de la violencia en el uso del autoritarismo, que aparece en el “Vocabulario de refranes y frases proverbiales” de Correas de 1627 con esta forma: La letra con sangre entra y la labor con dolor. Y añade, de su propio puño y letra, como comentario: “Con castigo en niños y niñas”.
Naturalmente, ya ha habido desde entonces toda una legión de pedagogos que, para intentar salvar el refrán de marras (parece que nadie puede atreverse a contradecir ningún refrán, como si fuese palabra sagrada) nos ha intentado “vender” la idea de que, en realidad, hay que interpretarlo en sus justos términos, y entender que donde dice ‘sangre’ hay que leer ‘esfuerzo’. Así, el concepto de sangre debe funcionar como metáfora de la denodada lucha personal por lograr escapar de las garras de la ignorancia. El problema es que la sangre es roja y —a no ser que la histeria por aprender lleve al aprendiz a la autoinmolación— normalmente brota de heridas inflingidas no por las propias y masoquistas exigencias, si no por las de un tercero denominado enseñante o (infamemente) maestro.
Que en realidad no hay metáfora que valga queda muy claro en esta salvaje parrafada de un espurio Sancho Panza, vergonzosamente más cruel e inhumano que el auténtico, el de Cervantes:
—¿No ve v. m. —replicó él— que estos muchachos, si desde chiquitos no se castigan y se amoldan antes de tener ser, se buelven haraganes y respostones? Es menester, pues, para evitar semejantes inconvenientes, que sepan desde el vientre de su madre que la letra con sangre entra. (...)
Alonso Fernández de Avellaneda. “Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, 1614

La fuerza y la persistencia en la memoria del dicho de marras se basa en la poderosa imagen mental que produce la unión de los dos términos principales del refrán: ‘letra’ y ‘sangre’, que, quizá para que aparezcan conveniente y equívocamente entrelazados (letra con sangre), quizá simplemente para que el refrán rime, fuerzan su sintaxis, llevando el verbo al final. Lo cierto es que sólo lo dramáticamente importante alguna memorable vez se ha escrito con sangre, y representa un paradigma de autenticidad. De modo simbólico, escribir con sangre equivale a ser mortalmente sincero, y firmar un contrato con sangre es establecer un compromiso, asumir una responsabilidad que va más allá de la muerte. Tremendas y nobles connotaciones inconscientes de las que se beneficia en la forma una idea cuyo fondo es tan prosaico como esto:  hay que arrearle con la correa al que no aprende.
También los eclesiásticos han sabido sacar hasta el hartazgo buenas enseñanzas para adultos de este sublime consejo. Aquí traemos a uno que logró apoyarse en los latinajos de preclaros profetas. Y, en este caso, el maestro de caligrafía, que nos ha salido domador varilarguero, no es ni más ni menos que el mismísimo Creador:
Tantummodo sola vexatio intellectum dabit (Isaías, 28). Es decir, que la letra con sangre entra, y que en la escuela de Dios el azote hace á los discípulos hábiles y entendidos para deprender. Claramente lo dijo Jeremías: Castigasti me, Domine, et eruditus sum, quasi invenculus indomitus (Jeremías, 31): “Castigásteme, Señor, y aprendí, y fuí doctrinado, impuesto, como novillo por domar". (...) así Dios, para sujetar al pecador rebelde al yugo de su ley, dale un aguijonazo en la salud, otro en la hacienda, otro en la honra, hasta que asienta el paso y lo doma.
Fray Alonso de Cabrera. “De las consideraciones sobre todos los evangelios de la Cuaresma”, 1598

¿Podemos hoy en día seguir guardando respeto a un aforismo que otorgue algún tipo de virtud pedagógica al castigo, psíquico o corporal, o al autoritarismo? Otra cosa diferente es que los alumnos aprendan a tener respeto a los profesores (y que éstos lo merezcan). Pero eso es cuestión de autoridad moral y de saber poner límites.
Ni siquiera una interpretación como ésta, más lírica, más hermoseada, puede defenderse ya:
(...) que para algo Dios nos echa al mundo, y la letra con sangre entra y se asienta; y así la razón gana, así el profundo juicio con la experiencia se alimenta, y porque aprenda, el mundo así recibe al que no sabe cómo en él se vive.
José de Espronceda. “El diablo mundo”, 1840

Se trata de la vieja y archiconocida filosofía que no solo justifica sino que ensalza la violencia del mundo, inflexible maestro que, con sus rigores, hace crecer en sabiduría a los hombres. No es la alegría creativa, la solidaridad, el reconocimiento de las individualidades y el entusiasmo por la vida lo que nos hará aprender, sino únicamente el sufrimiento. Lo peor es que aún perduran sus ecos.
La siguiente cita tiene tanto peso histórico y testimonial que por nuestra parte no queremos añadir más. Son los últimos, sinceros y enardecidos párrafos de un manifiesto que alienta a combatir el oscurantismo decimonónico:
...pero con la firme resolución de corregir por la fuerza a los contumaces para quienes perdure la eficacia del viejo y odioso aforismo de la pedagogía clásica: la letra con sangre entra.
Conciudadanos: ¡Que viva España!, y para que España viva, ¡que triunfe, porque la merezcamos, la República!
Anónimo. “Manifiesto de la Unión Republicana al país”, 1920

Antirrefrán: “La letra con cariño entra”


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