Aquí tenemos un refrán que ha evolucionado para bien. En
realidad, tal y como está arriba transcrito, ya no se usa. Ni siquiera se
conoce. Nos congratulamos de que haya sido el sentido común de la gente (es
decir, de un ser anónimo y clarividente) el que, por esta vez, haya
popularizado el antirrefrán más adecuado, que es el que actualmente se utiliza
y al que no tocaremos ni un pelo: Mal de muchos, consuelo de tontos.
Aunque,
consultando textos, parece que, como tantas cosas, también este cambalacheo de
sustantivos ha tenido sus idas, sus venidas y sus ojos de Guadiana, pues ya en
el siglo XVII, el inestimable “El Criticón” afirma que es más antigua nuestra
versión actual:
Iten, se
prohíbe como pestilente dicho, mal de muchos, consuelo de todos; no
dezía en el original sino de tontos, y ellos le han adulterado.
Baltasar Gracián. “El Criticón”,
1657
Ese
original al que se remite Gracián ha de ser, desde luego, anterior al
siglo XIII, porque en esa época ya leemos:
E por esto se conortauan ellos yaquanto, por que por
vno de los suyos morieran dos o tres de los otros, ca segund dize la palabra: «el
mal de muchos, conorte es». [Conortarse = consolarse, según Covarrubias.]
Anónimo. “Historia troyana en prosa
y verso”, 1270
En
realidad todos sabemos que este refrán siempre ha sido, a pie de calle, objeto
de sustanciosas polémicas coloquiales. Tal vez por ser demasiado evidente la
trampa mental que propone, en la que, sin duda, es fácil caer. Se trata de
hacer una traslación compensatoria de la frustración en busca de la reparación
de uno de los aspectos más egóicos del fracaso: el orgullo herido.
“Estoy hundido. Pero... bueno, no soy el único.” En última instancia, al fondo
del todo, distinguimos las verdes orejas de la envidia y el miedo a la
exclusión del vencido. El terror al abandono en mitad del desolado desierto del
infortunio. Y así, los derrotados encuentran un automático nexo de unión entre
sí, una especie de solidaridad de mutuo consuelo primero, de rencor compartido
después. Es una trampa demasiado evidente porque es demasiado infantil.
Ya
desde pequeñitos nos enseñan (y luego de adultos enseñamos) a adocenarnos.
“Anda, no seas rebelde y ponte el abrigo. Mira, ¿no ves que todos lo llevan
puesto?” Nos enseñan a no querer ser especiales, únicos. A no asumir y valorar
nuestra idiosincrasia, sea para bien o para mal. A no convocar nuestra máxima
fortaleza, nuestra máxima dignidad frente a los avatares de nuestro destino.
Por eso la soledad es uno de los estados del ánimo que peor llevamos. Y por eso
damos tanta importancia a esa pseudociencia llamada estadística. ¿Qué
íbamos a hacer en esta época de conformismo sin ella?
Sí,
sin duda la palabra ‘tonto’, tan pueril, es la que mejor le cuadra a esa
tendencia nuestra a medirnos y a compararnos constantemente con los demás.
Acabemos con una cita en la que se nos cuenta quién fue el
primero y más importante usuario del refrán:
...e pues él [el diablo] pena e es con tormentos
dapñado, querría que todos su vía syguiesen e padesçiesen como él; que mal
de muchos gozo es.
Alfonso
Martínez de Toledo. “Arcipreste de Talavera (Corbacho)”, 1438
No hay comentarios:
Publicar un comentario