Miseria. Miseria y más miseria. Mucho más en el sentido moral del término (en la acepción de mezquindad) que en el otro, en el que hace referencia a un estado de necesidad perentoria. ¿Por qué? Por el hecho de que una frase así se haya pretendido convertir en aforismo. En un contexto de verdadera penuria, es hasta justificable. ¡Pero que la tal frase se ponga como modelo para los asuntos de la vida corriente...!
Así
nos van las cosas. Acepta lo que se te da graciosamente y no le pongas ni el
más mínimo pero, porque si estás menesteroso no tienes derecho a exigir nada.
El refrán hace alusión, por supuesto, a los regalos basados en una generosidad
“de medio pelo”, a una caridad de reparto de sobras, de lo que ya no sirve, de
lo deteriorado, de lo que para el dador es, en el fondo, un trasto inútil. Y no
hablamos solo de objetos, sino de valores, de sentimientos, de pasiones...
También se debe incluir aquí la obra de caridad que sirve fundamentalmente como
realce y lucimiento público del que la concede. Es curioso, a este respecto, el
hecho de que existe la antigua y elegante categoría de “caballo de regalo”
(Diccionario de Autoridades[1]: “El que se tiene
reservado para el lucimiento”).
Para
el que no lo sepa (que imagino serán pocos), mirarle la dentadura a los equinos
es lo que hacen los tratantes de ganado antes de comprarlos para averiguar su
edad y sus enfermedades. Es decir, averiguar qué es lo que realmente
están comprando. El necesitado, según el refrán, no tiene derecho a rascar bajo
la superficie de lo que se le da, o si lo hace, que sea en secreto, y que no se
le ocurra divulgarlo. Parece casi una ley inmisericorde. Una ley que el
poderoso dicta a sus beneficiados para que nadie ponga en cuestión su
magnificencia. Simple y llanamente: impone el conformismo.
Antirrefrán: “Al
que te regala el caballo, mírale a los ojos”
[1]
Diccionario de la Real Academia Española, 1726.
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