A enemigo que huye, puente de plata




En esta ocasión no vamos a tratar de refutar el mensaje de este refrán. Por supuesto que destila conformismo, falta de pasión y oportunismo, pero, según los casos, su negación parece querer afirmar como lícitas las ansias de venganza para con el vencido, justificar el desquite y el desagravio. Nada más lejos de nuestras intenciones que alinearnos con la miserable pauta de esta versión moderna: A enemigo que huye, pedrada en la espalda.
El caso es que el dichoso proverbio nos coloca ante una ardua dicotomía: abandonar la lucha por miedo a complicarse la vida una vez que hemos salvado el pellejo, lo que bien puede disfrazarse de capacidad para perdonar (aunque sea la menos creíble de las interpretaciones, sobre todo si el combate ha sido ardoroso), frente a destruir por completo al enemigo dando rienda suelta a la venganza o, más interesadamente, para eliminar para siempre toda futura amenaza. Difícil dicotomía, como decíamos. Tan difícil que nos parece innecesario la existencia de una sentencia como ésta, ni que nadie dogmatice sobre lo que, en cada circunstancia, cada cual ha de decidir por sí mismo.
En principio se trata de una máxima militar, atribuida según Iribarren[1] al Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, pero también a un montón de generales más. Hemos leído incluso extensas argumentaciones tácticas que justifican su aplicación en la contienda, que no viene al caso detallar. Por encima de toda cavilación logística, preferimos, como siempre, el tono heroico y cabal de don Quijote, aunque sea después de rodar por los suelos bajo las patas de un hatajo de toros y mansos conducidos al encierro:
¡Deteneos y esperad, canalla malandrina, que un solo caballero os espera, el cual no tiene condición ni es de parecer de los que dicen que al enemigo que huye, hacerle la puente de plata!
Miguel de Cervantes. “Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha”, 1615

Digamos que aparentemente tiene que ver con el proverbio: No hagas leña del árbol caído. Pero es solo aparentemente. Porque el árbol caído, aunque sea un símbolo de la derrota, no siempre es un enemigo, y sobre todo porque no huye. En este caso sí estaríamos hablando de genuina piedad.
Pero lo más interesante del asunto, y por lo que nos hemos detenido a hacer estas reflexiones, es el hecho de que Francisco Gurmendi, en su libro “Doctrina física y moral de príncipes” (también, curiosamente de 1615, como la segunda parte del Quijote), demuestra que el refrán procede de la manipulación de un verso. Fue un poeta árabe el que escribió: Al enemigo se hacen puentes de plata. No decía nada relacionado con ningún propósito utilitarista, como favorecer su huida, o no dispersar las fuerzas propias en la persecución. Hablaba de algo radicalmente diferente: de poner todos los medios para buscar la paz. El puente como símbolo de comunicación resulta una metáfora preciosa y ancestral del esfuerzo y del ingenio humano por intentar unir las riberas opuestas, tanto en la vida social como en el triste ámbito dicotómico de nuestro pensamiento. Las sinapsis neuronales que permitan abrir nuevas redes de hologramas pensantes capaces de superar la dualidad y el enfrentamiento pueden, en este sentido, ser consideradas como etéricos[2] y preciosos puentes. De ahí el antiquísimo y esotérico sobrenombre de pontífice que posee el Papa. Que dichos puentes hayan de ser de plata da a entender que debemos construirlos y levantarlos con la nobleza del precioso metal.
Nos parece éste un principio de mayor y más universal validez, que nada tiene que ver con tácticas y estrategias militares o sociales. Para acreditar su  importancia, añadiremos que existen manuscritos apócrifos que afirman que Moisés bajó del Monte Sinaí unas Tablas de la Ley no con diez, sino con doce mandamientos (lo que incluso numerológicamente parece mucho más congruente). Los dos que faltan, desaparecidos en combate, rezarían así: “Establecerás pactos con tus enemigos” y “No creerás en ningún dios que no esté dentro de ti”. Resulta evidente el por qué estos dos mandamientos habrían sido borrados, ¿no?
Aunque parezca que está en la misma línea, tampoco nos sirve este otro refrán: A los enemigos, bárreles el camino.  Por infame y por hipócrita.
Dejaremos el verso del poeta árabe como antirrefrán, sin cambiar ni una palabra.

Antirrefrán: “Al enemigo se hacen puentes de plata”




[1] Obra citada.
[2] Las sinapsis o espacios que unen entre sí a las neuronas están “vacíos”.

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