“Si dos personas piensan igual, una de ellas, al
menos, no piensa.”
Eduardo Pérez de Carrera
Agarrarse a las palabras como fórmulas, adorarlas en su
estatismo, es olvidar el sentido profundo del lenguaje, que por definición es
volátil, circunstancial, instantáneo y, necesariamente, insatisfactorio. Nunca
las palabras —como todos sabemos por la impotencia que sentimos al intentar
transmitir las más profundas emociones— pueden expresar la esencia de los
pensamientos. Son aproximaciones, pistas, señales que nos indican modos de
interpretar los sucesivos intentos de conceptualización que el que habla está
continuamente efectuando para ordenar todo un inmenso maremágnum de sensaciones
y vivencias, la mayor parte de las veces complejas y contradictorias.
Sin embargo, los refranes son considerados como
cuasi-fórmulas verbales, inmutables, invariables, rotundas. Frases lapidarias,
afirmaciones tajantes absolutamente refractarias a la consideración de los
insoslayables matices y circunstancias que rodean todo acto humano. Son
sentencias, sí (pues también así se llaman). Sentencias, es decir, dictámenes
irrevocables tomados tras breves, rápidos y sumarios juicios. Y lo que aún es
más grave, juicios emitidos la mayor parte de las veces antes del
conocimiento de los datos o de la experimentación de las vivencias. O sea,
pre-juicios.
Los
refranes no se cuestionan. Los refranes son verdaderos dogmas de fe.
Pero como mi amigo Enrique Gómez Caffarena[1]
explica con profunda sabiduría, no hay dos conceptos tan opuestos en esta vida
como dogma y fe. Dogma (fundamento, doctrina, principio
innegable, según el Diccionario de la Real Academia Española[2])
es lo que hay que creer por fuerza. Fe (conocimiento, confianza, creencia) es
lo que uno, en su más libre, personal y honda intimidad, ha llegado a asumir
como verdadero. Debería sernos imposible unir estos dos conceptos sin que
nuestras neuronas estallasen en el cerebro. Pero... con el lenguaje se puede
hacer cualquier barbaridad. Ya lo sabemos. No en vano es el único de nuestros
modos de expresión (naturales, orgánicos, sensoriales) que permite la
existencia de la mentira.
El mito de la creación
popular espontánea
Existe un viejo y extendidísimo mito —que creemos
conveniente desmontar— que afirma que los refranes, como los chistes, como los
juegos de palabras, como los sagaces y atinados modismos populares, no los ha
inventado nadie. Que surgen solos, anónimamente, como cantos rodados que
arrastra el río de la vida en comunidad. No es cierto. Alguien inventa los
chistes: los humoristas, los escritores, los comediantes, los guionistas... y
alguien desconocido los difunde y los populariza, ahí sí, de un modo anónimo y
espontáneo. Todo tiene una autoría, porque de la nada, nada surge. Frente a la
extendidísima opinión de que, con respecto al refrán, “su autor, casi siempre,
es el pueblo; a impulsos de la observación y de la experiencia, se produce en
la masa del mismo un pensamiento o meditación sobre un hecho material o moral”[3] (Coplas y
refranes del polvo nacen), surgen solo algunas opiniones opuestas.
Consideramos más pertinente el criterio del eminente paremiólogo Louis Combet:
“Podemos afirmar que algunos creadores de refranes no pertenecieron a
las clases populares”[4]
(subrayado del autor). Existe incluso un refrán que así lo afirma: En boca
del vulgo andan los refranes, pero no salieron de bocas vulgares.
Por Internet, por ejemplo, circulan desde hace ya años
falsos poemas póstumos de Borges, que ya han sido convenientemente
desenmascarados. También nos ha llegado a través de la Red una supuesta
carta-poema de despedida firmada por Gabriel García Márquez, enfermo de cáncer,
que es absolutamente infumable. Son espurias, de acuerdo, pero ambas en un tono
“new age” muy de moda en estos momentos. ¿Acaso ha escrito “el pueblo” estas
mentirijillas? No. Las ha redactado, palabra por palabra, alguien que ha
preferido ocultar su nombre.
[Como curiosidad diremos que, meses después de escribir lo
anterior, dos investigadores españoles han hallado al verdadero autor del poema
atribuido a García Márquez:
El poema en cuestión resultó ser de un ventrílocuo mexicano de
nombre Johnny Welch, conocido popularmente como El Mofles. Welch publicó el
poema en 1996 como parte de un libro suyo titulado «Lo que me ha enseñado la
vida».
Raúl
Cremades y Ángel Esteban. “Cuando llegan las musas”, 2002 ]
Pero si los ejemplos dados resultan aparentemente inocuos,
se sabe, por ejemplo, que una de las épocas de esplendor del refranero más
retrógrado y de creación de multitud de nuevos proverbios moralizantes coincide
con la reacción de la Iglesia tras las leyes desamortizadoras de Mendizábal
(1837), que suprimió las órdenes religiosas (excepto las dedicadas a la
enseñanza de niños pobres y a la asistencia de enfermos) y confiscó sus bienes
para revitalizar las depauperadas arcas del Estado. El canal de difusión de
toda una ideología de resistencia y de combate antiliberal fue el púlpito.
No es difícil ni aventurado suponer que a lo largo de la
historia han existido muchas otras épocas de buscado oscurantismo en donde los
poderes han utilizado este eficaz medio de propagación de sus ideas.
Estructura del refrán
Los refranes tienen autores, pero con nombre y apellidos
desconocidos. Cumplían y aún cumplen una función muy concreta: el control
del pensamiento, de las creencias, de los hábitos y de las actitudes de las
gentes. Son mensajes en su mayoría sencillos, pegadizos, algunos incluso
ocurrentes y chispeantes, compuestos con cierta perspicacia metafórica para
despertar la curiosidad de las mentes ágiles. Como los chistes, son de
naturaleza racional-analógica, por lo que desentrañar su significado y las
posibles aplicaciones al caso particular del que se esté hablando produce un
cierto placer intelectual no exento de autosatisfacción o de admiración, y
están basados en símiles relacionados con la evolución de las estaciones, la
observación de la naturaleza, las actividades tradicionales del campo, el
parentesco, los oficios, las necesidades y los vicios del género humano. Pero
con moraleja. Es decir, con una conclusión la mayor parte de las veces no
explícita ni directa sino alegórica, al modo en que subyuga a nuestra razón esa
figura retórica llamada símil (de ahí que ostente tal marchamo de sabiduría),
que insta a adoptar una actitud específica o a ejercer una acción determinada.
Y si no, en el anverso de la moneda, funcionan como “salvaconciencias”, pues
sirven de justificación para la acción ya realizada. Es por eso por lo que el
refranero es tan extenso y abarca tantos aspectos diferentes de la psicología
humana.
Para cada una de nuestras debilidades, para cada tentación,
para cada forma de individualismo, para cada fracaso, para cada duda, para cada
uno de nuestros miedos, en definitiva, podemos tener uno a mano. Y a veces,
curiosamente, se contradicen, como también veremos. Puesto que todos los
distintos matices de una misma inseguridad pueden de ser justificados, podemos
fácilmente asistir a verdaderas batallas de refranes. Por ejemplo, ésta, de una
pieza teatral:
SOLANO.-
Pero una golondrina no hace verano...
RÍOS.-
Puede, pero quien hace un cesto, hará
ciento.
SOLANO.-
¿Por un perro que maté, mataperros me llamaron?
RÍOS.-
El que de una vez no caga, dos se arremanga.
SOLANO.-
¡Y dale!
José Sanchís Sinisterra. “Ñaque o de piojos y autores”, 1980
O esta otra increíble carta de amor extraída de una novela
de la mexicana Eladia González, donde prácticamente cada idea viene explicada o
reforzada por uno o más refranes.:
Srta.
Lucrecia Valdés
San Luis
Potosí
Señorita:
El que
no arriesga no pasa la mar, perro quien no anda no topa hueso, y como el que a
buen árbol se arrima buena sombra le cobija, y, el que es perico donde quiera
es verde ó lo que es lo mismo el que es buen gallo donde quiera canta; me
dirijo a Ud. para decirle que la amo, por que el que no habla Dios no lo olle y
pecado que no es dicho no es perdonado, y el que es guaje ni de Dios goza, y el
que se duerme no cena.
Yo bien
se que le han dado malos informes de mí; pero el qué dirá corazón no tendrá, y
el que nada debe nada teme, por eso ni cuidado me dá; el hábito no hace al
monje, caras vemos corazones no sabemos.
Ya sabe
usted que casamiento y mortaja del cielo baja, y si más tarde la suerte nos es
adversa, de dos que se quieren bien con uno que coma basta, y contigo pan y cebolla.
Dispence
Ud. que le hable con tanta confianza; pero el que temprano se moja lugar tiene
de secarse y ya ve Ud. que no hay mal que por bien no venga y zorra adormecida
no coje gallina, y por esto más vale maña que fuerza.
Le
suplico me de alguna contestación aunque sea dentro de algunos días, por que
más vale tarde que nunca; pero yo desearía fuera lo más pronto posible, porque
el tiempo es dinero y si Ud. no aprovecha esta oportunidad corre riesgo de no
casarse.
Acepteme
Ud. que á burro dado no se le ve el colmillo, y más vale pájaro en mano que
cien bolando.
Al que
te pide dale por Dios que tiene necesidad.
Suyo
hasta la muerte
B. Y.
Eladia González. “Quién como Dios”,
1999
El propio refranero es confuso con respecto a su
propia función, sus orígenes y su prestigio. Por un lado tenemos los proverbios
autoalabadores, que son legión: Hombre refranero, medido y certero; Tantos
refranes, tantas verdades; Para todo mal, un refrán y para todo bien,
también; Saber refranes poco cuesta y mucho vale; Quien habla por
refranes es un saco de verdades; Más vale un refrancico que cien libros...
Pero éstos han de enfrentarse a los que los denostan (por cierto, enormemente paradójicos,
pues son, ellos mismos, refranes): Gente refranera, gente embustera; Mujer
refranera o coja o puñetera; Refranes antiguos, mentiras de viejos...
Los refranes están particularmente dirigidos a las gentes
iletradas, es decir, a lo largo de toda la historia de la humanidad, a la
absoluta mayoría. Y están, por tanto, elaborados con las más afinadas técnicas
de comunicación propias de la cultura oral: son breves y fácilmente
memorizables, muchos de ellos apoyados incluso en una sencilla rima de pareado
para posibilitar su rápido aprendizaje y su fijación en la memoria. Son
escuetos, concisos (no les sobra ni les falta una palabra), son sintéticos,
imaginativos, precisos, tajantes, vistosos, profundos, algunos casi
enigmáticos. Asimismo están compuestos por palabras sencillas, de uso corriente
en cada época. Y, por si fuera poco, aparecen timbrados con el marchamo de una sabiduría
incuestionable, puesto que, en primer lugar, se supone que el paso del
tiempo les ha otorgado el poso de la irrefutabilidad, y en segundo lugar, que
es la mismísima experiencia vital del género humano, sin tener en cuenta
idiomas ni fronteras, la que ha consolidado su prestigio y su veracidad.
Tal y como los definen los especialistas: “parábolas
comprimidas”, “saeta que se clava afilada y aguda en las memorias”, “los
refranes no engañan a nadie”, “chispazo del entendimiento”[5],
“expresión sucinta de un pensamiento importante con aplicación casi universal”[6], “cien refranes,
cien verdades”[7], “evidencias con
una sola función: recordar al hombre la fatalidad, lo inmutable”[8], estamos, al
parecer, ante la famosa e incontrovertible sabiduría popular. La
intrínseca a la esencia del ser humano inteligente de cualquier cultura
desarrollada.
De hecho, excepto en pocos casos, y muy específicos, el
refrán ha sido siempre utilizado con profusión y ensalzado como fuente de saber
por la clase intelectual de todas las épocas. Y, en consecuencia, existe una
inabarcable bibliografía en todos los idiomas imaginables sobre el refrán (cuyo
estudio constituye una ciencia
denominada formalmente paremiología), revistas especializadas[9], infinidad de
tesis, ensayos, artículos e investigaciones de carácter lingüístico,
sociológico, histórico, literario, antropológico, etc, en Universidades de todo
el mundo... Indudablemente, su prestigio es amplio e incontrovertible.
Es así, con ese marchamo de autoridad y con toda esa
potencia comunicativa, como se nos enseña de mil modos desde nuestra más tierna
infancia, en casa, en la calle, en los medios de masas y en la propia escuela.
[1]
Conferencia “Del cero a la unidad”. Fundación Argos, Madrid, 2002
[2] En
adelante, DRAE
[3] José
de Jaime Gómez y José Mª de Jaime Lorén. “Autocrítica paremiológica. Los
refranes españoles enjuiciados por el refranero”, Revista Paremia, nº 1.
[4] Luis
Combet. “Los refranes: origen, función y futuro”. Ídem.
[5] Las
cuatro citas anteriores: Luis
Martínez Kleiser. “Refranero General
Ideológico Español”,
1978.
[8] Alain Rey. “Dictionnaire de Proverbes et
dictons”, de F. Montreynaud-A. Pierron-F. Suzzoni, 1984
[9] Entre
ellas la española “Paremia”, interesante y exigente publicación anual dirigida
por Julia Sevilla Muñoz, filóloga de la Universidad Complutense de Madrid.
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