Nos encontramos ante un refrán con rima. En proporción, no hay tantos como uno se podría imaginar. También se aprecian evidentes rastros de antigüedad en su morfología: los dos verbos están conjugados (presente de subjuntivo) en castellano antiguo. Bien. Un refrán puro, y con solera. Una fórmula sabia que nos puede ayudar, con todo su poso de sabiduría de siglos, a comportarnos adecuadamente en esos siempre temidos escenarios de viaje, de traslado, de incursión en territorios desconocidos, de cambio de ambiente, en definitiva.
Aparece
la máxima a nuestra mente cuando nos surge la angustia de no saber qué hacer.
¿Y qué es lo que nos recomienda la máxima? Que no nos hagamos notar, que no
destaquemos, que nos convirtamos en seres anónimos y gregarios. Que nos
transformemos en gente del montón, que nos hagamos invisibles, que nos
comportemos según la norma. Pero para ello primero hay que descubrir cuál
es la norma en ese lugar desconocido. Mirar, observar en silencio e interpretar
lo que se observa para descubrir cuál es la conducta que representa la media
aritmética, lo convencional, lo que hace la mayoría. Ya el modo de observar, de
vigilar, de ver (el segundo verbo de la frase) está contaminado por el miedo al
cambio, ya supone una actitud defensiva, temerosa, suspicaz, negadora de la
confianza en uno mismo. El refrán, desde su misma existencia, te supone
asustado, preocupado, alerta, porque has osado salir de tu espacio doméstico,
de tu zona de seguridad, de tu territorio.
Es
éste, pues, un mostrenco uso del sentido de la vista, ese órgano de percepción
por otro lado tan engañoso. No pocas historias chuscas, escenas de películas y
chistes ha provocado el dichoso refrán. Muchas de ellas protagonizadas por el
clásico y asustado pueblerino que en llegando a la gran ciudad aferrado al
sabio consejo, interpreta como normal y adaptada alguna conducta extravagante
que ha visto repetirse por pura casualidad o por las circunstancias del momento
y el lugar en que ha aterrizado.
Actualmente,
la norma borreguil, los modelos de conducta masificados, las actitudes más
adaptadas, aquellas que no nos harán destacar ni por arriba ni por abajo (como
se decía que había que hacer en la “mili” --servicio militar--), están siendo permanentemente
mostradas a través de la televisión. O sea, a través del sentido de la vista
(como propone el refrán) y del oído pero ya sin tener que hacer el esfuerzo de
interpretarlas. Es más, se nos ofrece de forma gratuita, y aún casi obligatoria
(hay aparatos de televisión en todos los bares, en los hoteles, en las salas de
espera, en los vagones del metro...) Así pues, cuando visitemos cualquier
región, cualquier país, para atenernos perfectamente al refrán, quedémonos las
primeras veinticuatros horas de nuestra estancia en la habitación del hotel
mirando la tele, o directamente en el andén de la estación o aeropuerto. Es
seguro que podremos salir luego a la calle sin temor a sorprender a nadie, o a
que nos tomen por advenedizos y nos puedan engañar. Eso sí, el país en cuestión
se habrá convertido, tras esta visión, en un bochornoso parque temático más. Y
nosotros en unos patanes.
Este refrán, en definitiva, prohíbe ser uno mismo y actuar
según criterios propios. Aunque, naturalmente, con mucha manga ancha y buena
voluntad, podría tener una lectura positiva también: es conveniente e incluso
respetuoso para con los aborígenes conocer y practicar las costumbres del país
que visites. Pero ése es solamente el amable envoltorio que oculta el verdadero
mensaje envenenado.
Iribarren[1] dice que proviene de un
refrán antiguo: Cuando a Roma fueres, haz como vieres, que, a su vez, es
la traducción libre de un verso popular latino. Y el Marqués de Santillana, en
su “Refranes que dizen las viejas”, de 1454, lo transcribe así: Ue do vas,
como vieres assi faz.
Unamuno
lo cita con sorna en “Vida de don Quijote y Sancho”:
Y luego
se sorprende del triunfo de los valientes, de los que arrostran motajos, de los
que no se atienen al en donde fueres haz lo que vieres y el ¿adónde vas,
Vicente?, ¡adonde va la gente!, de los que se sacuden del instinto rebañego.
Más
cínica y más evidentemente ruin es esta variante: Cuando pases por la tierra
de los tuertos, cierra un ojo.
Antirrefrán: “A
donde fueres haz lo que quieres”
[1] José
María Iribarren. “El por qué de los dichos”, Pamplona, 1997
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