Aprendiz de todo, maestro de nada



Es lógico que esta absurda afirmación continúe siendo considerada como sabia verdad. Vivimos, más que nunca, en la “sociedad de la especialización”, una sociedad eminentemente práctica y fragmentadora donde resulta mucho más valorado el máximo experto en cualquier minucia que el hombre que posee un conocimiento integral.
Esta tendencia a hacer de todos y cada uno de nosotros un especialista de algo procede de tiempos no tan lejanos. Es a partir del siglo XV de nuestra era cuando comienzan a establecerse de un modo tajante las profesiones independientes. Con el auge de la burguesía. Anteriormente todo el mundo debía saber hacer de todo. Cada cual se construía, por ejemplo, su propia casa. Es cierto que un campesino podía destacar en ciertas actividades, por sus preferencias o sus naturales habilidades, y que por ello podía disponer de mejores herramientas para practicarlas, pero participaba con ellas en la vida comunitaria como uno más. “A Juan se le da muy bien asentar las llantas a las ruedas del carro”, y se acudía o se llamaba a Juan para que echara una mano, quien a su vez era ayudado por sus vecinos en otros menesteres.
Aprendiz y maestro, los términos que aparecen en el refrán, son grados gremiales. Es claro que los gremios son mucho más antiguos, pero sabemos que en aquellos entonces el maestro de una cofradía, pongamos de cantero, exigía a sus aprendices que, antes de nada, conocieran a fondo los más diversos oficios. La tradición sufí así lo mantiene aún hoy en día. Y el Camino de Santiago estaba lleno de aprendices que, durante años, iban pasando por distintas ciudades, de Oca a Oca, donde instruirse en los más diversos menesteres antes de que su maestro gremial se encargara de ellos para introducirlos en el conocimiento de los arcanos de la profesión, y siempre estableciendo de algún modo una profunda relación con el resto de los saberes.
Luego, el Renacimiento intentó recuperar ese modelo de aprendizaje integral. No hace falta siquiera citar el nombre de Leonardo da Vinci, que, tras profundizar en todas las artes, la física, la ingeniería militar, la biología, etc, etc, pasó los últimos años de su vida en el pueblecito francés de Amboise escribiendo un tratado de... cocina. Incluso hasta hace muy pocos años, el estudiante universitario de cualquier rama de Letras, debía superar dos cursos completos de “Comunes”, con asignaturas como Geografía, Latín, Historia, Filosofía, Lingüística, etc..., antes de comenzar el primer curso de la especialidad que eligiese. El que esto escribe aún lo agradece.
Pero el aprendizaje se atomiza cada día más. Y el individuo que sólo sabe de una limitadísima cosa y desconoce lo demás acaba siendo tan valorado y tan bien pagado, porque es útil su concurrencia, que, como todo ignorante que ni siquiera intuye todo lo que ignora, queda aquejado de una especie de boba autosuficiencia. Es lo contrario de lo que sucede al amparo de la postergada educación humanista, donde cuanto más se amplía la consciencia, más se sabe cuánto se ignora, lo cual impulsa a conocer más. Y no olvidemos que este sistema educativo, volcado hacia el utilitarismo y auspiciado cada vez más por los intereses  industriales y comerciales, es la base sobre la que se asienta nuestra forma actual de entender el mundo. Tan conformista y tan adocenada.
Relacionados con el tema:
A maestro de espada, aprendiz de pistola.
Al aprendiz sin pelo, jodelo.
Aprendiz de muchas ciencias, maestro de mierda.

Antirrefrán: “Aprendiz de todo, futuro maestro”


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